lunes, 13 de junio de 2011

“Ser sordociego no frena mi pasión por la bici


Sus manos ríen, lloran, celebran las victorias y consuelan ante las derrotas. Sus manos son la conexión con el mundo de Gerardo, un joven sordociego de nacimiento, de 31 años, que ha hecho el Camino de Santiago en bicicleta adaptada. Y un documental “El camino de los sentidos”, realizado por Beloke Producciones, ha recogido su hazaña.

Su guía-intérprete y entrenador, Javier, nos cuenta que “Gerardo fue mi primer alumno, un verdadero torbellino de palabras y de deseo de acción. Todo lo que hacíamos era poco para él; nunca parecía estar lo suficientemente cansado. En aquella época todavía tenía un resto de visión aceptable para que pudiéramos acercarnos a un campo de fútbol y dejarle montar su bici. El resto de audición en su primera infancia le permitió oír lo suficiente para poder aprender a hablar de forma bastante inteligible. Con el paso de los años su situación física fue empeorando. Perdió por completo la audición y apenas conserva algo de vista.”

Javier interpreta a Gerardo durante la entrevista.

¿Cuándo empezó a montar en bici?

Con siete años tuve la primera, era pequeña y con ruedines. Con 12 me compraron una de paseo. A los 17 choqué con una valla en un campo de fútbol y después del golpe estuve 11 años sin montar. Y ahora tengo el triciclo.

¿Qué siente cuando pedaleas?

Noto el aire, el frío y el calor cuando hago mucho trabajo. Noto la fuerza de las piernas y me gusta, porque me esfuerzo mucho y pierdo chicha de la barriga. Antes tenía mucha. Ahora estoy delgado como Javier. Me gusta ir por muchos sitios y conocer a mucha gente.

¿Qué ha sido lo más difícil del recorrido?

Las cuestas. Muchas horas en la bicicleta cansa mucho. Estuvimos una hora y media subiendo una cuesta del Cebreiro. (Javier añade que “tenía la mala costumbre de dejar de pedalear cuando se cansaba y eso me mataba ya que me dejaba a mi todo el peso del triciclo. Otra manía contra la que tuvimos que luchar era la de soltarse de una mano y alargarla hacia atrás girándose para que le hablara sobre ella en cualquier momento. No había problema en el llano, pero en las bajadas resultaba muy peligroso por el desequilibrio que suponía”).

¿Y el mejor recuerdo?

Cuando Javier me animaba para ir cuesta arriba. También ir a las piscinas, tocar las figuras de la calle; los peregrinos de piedra; los albergues y tiendas de camping; tocar música con las manos… Y ganar la copa que me dieron por llegar a Santiago. (Javier apunta que “pasaba el día conociendo gente, pedaleando entre cinco y seis horas, bañándose en una piscina distinta casi cada día. Es un loco del deporte y para él pasarse el día entero pedaleando fue magnífico”).

Cuando le dijeron que iban a rodar un documental, ¿por qué aceptó?

Me gustó mucho y quiero que me graben más veces. Todos los caminos que hagamos. Yo no lo vi, pero me lo explicaron con las manos y me gustó mucho, porque me acordaba de lo que habíamos hecho y de la gente que conocimos. Me gusta que la gente vea lo que puedo hacer y que soy un campeón.

¿Qué otros deportes le gustan?

El lanzamiento de peso, la piscina, el fútbol, el baloncesto, la petanca y los bolos. Correr me gusta, pero no puedo porque no tengo equilibrio y hacen falta dos personas, una a cada lado. Escribir cartas en el ordenador también me gusta mucho. (Javier aclara que “son juegos adaptados a personas con discapacidad relacionados con esos deportes”).

¿Cuál es su mayor sueño?

Participar en muchas competiciones y ganarlas todas; vivir solo en el centro con una chica que me cuide; escuchar música y tocar la batería en un concierto.

Hay personas a las que les resulta extraña la sordoceguera y les cuesta entender cómo pudiste lograrlo. ¿Qué les diría?

Que podemos hacer muchas cosas, pero necesitamos que nos ayuden un poco para hacerlas. Yo pude, porque entrené y trabajé mucho. Ser sordociego no frena mi pasión por la bici.

¿Qué significa Javier en su vida?

Mi amigo. Lo conocí en 1996 cuando tenía 18 años y él 34.

Le gusta cocinar… Pero sólo en el centro al que vas, no en casa… Eso dice su madre. ¿Por qué?

Sí, me gusta y ayudar, poner y recoger la mesa, poner los alimentos, el lavavajillas… Hay cosas que no hago, como pelar patatas, porque me puedo cortar. En casa no me gusta, porque para mi resto de visión la cocina está oscura y mi madre dice que soy un chapucero.



Por Alba Jiménez, Madrid.

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