martes, 10 de mayo de 2011
EL DON DE OIR
No se puede decir cuál de los sentidos es más importante. Si pensamos en términos de supervivencia, no quisiéramos prescindir de ninguno de ellos pero la experiencia nos ha enseñado que el oído y la vista son más frágiles que el resto y, por lo tanto, requieren de más cuidados. Resulta interesante notar que la mayoría de las personas le dan más peso a la vista. Esto se debe a que, para alguien sin impedimentos, es fácil darse cuenta de su importancia tratando de valerse por sí mismo con los ojos vendados.
Es difícil creer que exista un individuo a quién este sencillo experimento no le cause angustia y frustración después de una hora o menos. Sin embargo, una experiencia similar con respecto al oído es imposible y, por lo tanto, no hay posibilidad de comparar dichas deficiencias con justicia. Lo que sí se puede comparar es el efecto que produce cualquiera de ellas en el ánimo y en el desempeño de las personas que lo sufren, y la observación cuidadosa de diversos casos nos obliga a considerarlas como iguales o, al menos, similares en importancia. Ninguno de nuestros sentidos es un lujo. Tampoco son simples mecanismos de supervivencia.
Para valorarlos en toda su dimensión es indispensable darnos cuenta de que son el medio por el cual percibimos los mensajes enviados por otros individuos. Que esos mensajes constituyen la base de la comunicación con nuestros semejantes y que, en última instancia, esa comunicación es lo que nos hace humanos. Por esta razón, no existe ningún pretexto válido para negarle a nadie la posibilidad de oír mejor; ni siquiera a nosotros mismos.
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