viernes, 20 de mayo de 2011

La culpa es de todos


El otro día me dijo que pensaba que hablábamos mal de él a sus espaldas y sin ocultarnos. Que podríamos “cortarnos” un poco o tener algo de respeto por él, que aunque no oye, está delante.
“No está bien aprovecharse de una persona con deficiencia auditiva”, insistió, “pero, vosotros sabréis qué hacéis”. Me quedé atónito. No pude ubicar a qué se refería, pero debería haberme dado cuenta de la situación antes.
O quizás no. Pienso que no es la primera vez que hace eso de pensar que el mundo tiene la culpa. Y creo que es una práctica habitual en el mundo de las personas con deficiencia auditiva. En realidad, creo que es una práctica habitual en la realidad tangible en la que vivimos.
Que el mundo no es perfecto es algo que hay que ir asumiendo. Él siempre dice que él es sordo, pero que también es culpa nuestra porque hablamos muy rápido y con volumen bajo. Que la música está demasiado alta en los bares y la luz no ayuda a leer los labios. Que hablamos en la piscina y él no se entera, que cuando pregunta de qué hablamos, sólo le damos una síntesis insulsa e inocua de lo que sucede, y no hacemos una incómoda repetición.
Que los chistes pierden la gracia después de contárselo en un aparte. Que nos parece gracioso lo que erróneamente entendió, aunque sea algo divertido, etc.
Son muchas, en realidad, las cosas que no están hechas a la medida de nadie, si no a la conveniencia de todo el grupo de personas que convivimos. Me cuesta demasiado explicárselo, pero también sería culpa mía si no lo hiciera. Tampoco es culpa suya tener una deficiencia auditiva, y aunque a veces hacemos lo posible y lo imposible por integrarlo en nuestro día a día, debe ser él, con sus problemas, necesidades y decisiones, el primero que dé el paso para buscar la solución.
La construcción del mundo es todo lo contrario que un videojuego de realidad virtual donde puedes configurar las opciones y adaptar tanto colores como climas como personas y tareas a tu gusto. Es realidad virtual, pero no realidad real.
La diferencia radica en que en este segundo mundo, el mundo que nos dieron construido y configurado hace mucho tiempo, eres tú y sólo tú (“y tus circunstancias”, como diría Ortega y Gasset) el único capitán de tu barco y de eso depende que uno zozobre o vaya directo a su destino.
Con toda la mercancía pesada que acarrea la carga de tener una deficiencia auditiva, congénita o no, invito a la reflexión y delineación estratégica de un camino llamado a la configuración personal del mundo. O a un trocito de él. O a sentirnos un poco más tranquilos, seamos sordos o no, en lo que concierne a nuestro desarrollo.
Porque podemos ser invictos en esta batalla servirá como demostración de que nosotros, las personas sordas podemos ser, como proclamó William Ernest Henley en los célebres versos de “Invictus”, podemos ser los dueños de nuestro destino, los capitanes de nuestra alma… siempre y cuando conozcamos los límites, las fronteras y sepamos cómo sortearlas en un mundo donde nada está pensado para nadie en concreto y donde el que menos oye tiene tantas dificultades como el que todo lo escucha.

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