domingo, 22 de mayo de 2011

Los profesionales y el uso del lenguaje de señas en Chile



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Los profesionales y el uso del lenguaje de señas en Chile
por Victor Castillo Martínez
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En las últimas décadas se ha producido un importante interés por el estudio y difusión del lenguaje de señas en Chile, lo que se ha traducido en la realización de estudios lingüísticos realizados por algunas universidades, charlas, seminarios, debates y mesas redondas, todo ello enfocado desde el punto de vista de los oyentes, además de cursos de capacitación a algunos organismos públicos y privados, y a la comunidad en general.

Esto último ha traído como consecuencia el brote indiscriminado de instructores de lenguaje de señas, tanto sordos como oyentes, muchos de ellos sin la debida preparación ni dominio suficiente del correcto uso y aplicación del lenguaje de señas.

Estudios realizados por destacados profesionales a nivel internacional arrojan como resultado concluyente que los mejores profesores de lenguaje de señas son los mismos sordos, pero no cualquier sordo puede desarrollar esta labor por cuanto deben cumplirse una serie de requisitos básicos como poseer una buena preparación académica, saber leer y escribir, tener nociones de organización y planificación curricular, y poder expresarse oralmente para explicar las diferentes aplicaciones, estructuración y gramática del lenguaje de señas.

Chile es un país de fuerte raigambre centralista, donde todas las decisiones son tomadas a nivel central en su capital, Santiago, no considerándose en muchos sentidos la diversidad social, cultural, económica, geográfica y política del resto de las regiones que lo componen. Esto hace que no se considere el hecho de que, al igual como sucede en diferentes países del mundo, el lenguaje de señas difiere de una región a otra, lo que lo hace distinto al de la capital. Aquí se produce un problema mayúsculo ya que, por ignorancia de la comunidad oyente, incluidos los profesionales de la educación y las autoridades de gobierno, se da por sentado que Chile tiene un solo lenguaje de señas, lo que no se ajusta para nada a la realidad. El problema del centralismo no sólo afecta a la sociedad oyente sino que también atrapa en sus redes a los mismos sordos, pues las agrupaciones de sordos de la capital conocen perfectamente la no universalidad del lenguaje de señas, sin embargo callan y no reconocen ni respetan los lenguajes de señas regionales. Esto lleva a que desde la capital se trate de imponer un lenguaje que difiere completamente al utilizado en las regiones.



Con respecto al lenguaje de señas, podemos afirmar que Chile se divide en tres grandes zonas, a saber norte, centro y sur, donde imperan realidades distintas. La zona norte se caracteriza por ser una zona desértica, con una economía minera, pesquera y pisquera. La zona central es un amplio valle verde, de clima templado, regado por ríos, rodeado de montañas y concentra la mayoría de las empresas e industrias de los más diversos rubros. La zona sur es un fértil valle verde, de clima templado lluvioso, con una economía agrícola, pesquera, vitivinícola y ganadera, con lagos, montañas y paisajes inhóspitos. De acuerdo a esta división zonal, resulta lógico que los lenguajes de señas sean diferentes pues éstos se originan conforme a la realidad de cada una de ellas.

Al comienzo de este artículo me refería con preocupación a la proliferación de instructores de lenguaje de señas. Vuelvo a referirme a ello, esta vez con respecto a las personas oyentes que ejercen como tales. También es un hecho refrendado por estudios internacionales que ningún oyente puede ni podrá dominar el 100% del correcto uso y aplicación del lenguaje de señas, pues se debe mantener un perfeccionamiento sistemático, además de estar en contacto diario con la comunidad de sordos, lo que no sucede con frecuencia, por cuanto la lengua de señas al igual que el lenguaje oral cambia y se enriquece día a día, y se debe estar al tanto de los nuevos conceptos, giros y modismos que se originan en el lenguaje utilizado por los sordos.

Lo más preocupante de los oyentes que ejercen como instructores de lenguaje de señas es que se trata, en su mayoría, de profesores de educación diferencial o profesores de escuelas de sordos, que luego de tomar y finalizar el curso respectivo, por lo general de 6 meses de duración, ya se sienten capacitados para enseñarlo a otras personas. Las razones del por qué se deben la necesidad de ser considerados como expertos o especialistas en lenguaje de señas y la problemática del sordo, con el fin de posicionarse dentro de la comunidad académica, además de lograr mayores ingresos económicos. Esta situación se torna delicada por cuanto se proyecta una imagen ficticia y se desvirtúa el correcto uso aplicación del lenguaje de señas, entregando muchas veces señas erróneas o inexistentes y desconocidas en la comunidad de sordos. Lo más grave es que estas personas al ser profesionales de la educación, regidos por códigos éticos y morales, son plenamente conscientes de sus limitaciones y, pese a ello, siguen adelante, con lo que estarían faltando descaradamente a la ética profesional.



Durante el transcurso de mi carrera profesional he sido testigo de las aberraciones que cometen los profesionales de la educación oyentes con el lenguaje de señas, tanto en la traducción de actos oficiales como en clases, además en el desarrollo de una conversación con personas sordas. Ante el desconocimiento del correcto uso y aplicación de las señas, los profesores no vacilan en consultarles a los propios alumnos cómo se realiza tal seña, sin tener en cuenta que el alumno sordo, al igual que un alumno oyente, se encuentra en proceso de formación de su propio lenguaje y aún no lo domina ampliamente. En traducciones de actos oficiales, organizados tanto por el establecimiento educacional como por instituciones públicas o privadas, la traducción resulta, en la mayoría de los casos, incorrecta e ininteligible para los propios sordos.

Lamentablemente, en Chile no existe un control ni un código ético que regule el ejercicio de la enseñanza del lenguaje de señas, donde a la propia comunidad sorda le cabe una gran responsabilidad al respecto por cuanto nunca han sido capaces de ponerse de acuerdo en la creación de un organismo nacional que establezca normas sobre la materia, lo que se debe principalmente a actitudes de tipo centralista y excluyente de la participación de profesionales sordos de las regiones.

Lo ideal sería establecer un gran acuerdo nacional donde se reconozca y se respete la diversidad del lenguaje de señas de cada región, así como la exclusividad de los profesionales sordos calificados para enseñarlos en su región de origen y el compromiso ético y moral por parte de los profesionales de la educación oyentes de no interferir en un ámbito que no es su especialidad, algo que es difícil pero no imposible de lograr.

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