viernes, 20 de mayo de 2011
Guión de necios
La sabiduría popular advirtió al ser humano hace años de que “a palabras necias, oídos sordos”. Pero yo apuntaría más: diría que la célebre cita puede leerse aplicando muy por encima la fórmula del palíndromo (facultad para leer una misma palabra de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, sin variar su significado). De esta forma, acertaríamos a pensar que, realmente, en muchas ocasiones, “a oídos sordos, palabras necias”.
Me refiero, (¡cómo no!) a cuando una persona con deficiencia auditiva se acerca al mostrador de aquellos lugares en donde la experiencia hace acumular una inmediata (y a veces incoherente) respuesta en un orden preciso. Léase McDonald’s, lugar en el cual la gente pide un Menú BigMac de tamaño mediano, que viene acompañado de patatas fritas y refresco (en nuestro caso, una Coca Cola Light que ayudará a amortiguar el duro golpe calórico que le estamos dando a nuestro cuerpo serrano) y del cual disfrutan sentados en las mesas de coloridas sillas y que cuesta alrededor de siete euros.
Sabiendo toda esta información desde que salimos de la puerta de nuestro domicilio, una persona oyente puede ensordecer sus oídos con tapones y pasar totalmente inadvertido ante el interrogatorio de la caja. Sin embargo, a veces la suerte no está de nuestro lado, uno sea deficiente auditivo o no, y condenarnos con un desorden probable del cuestionario, quedando éste, de la siguiente forma:
“Un Menú BigMac, por favor”
“¿Mediano o grande?”
“Mediano”
“¿Para tomar o para llevar?”
“Patatas”.
El diálogo podría continuar, pero la incoherencia habla por sí sola y si ya, de paso, nos encontramos con que el dependiente explica que “las patatas están empezando a hacerse, tiene que esperar un rato, ¿Para tomar o para llevar?”, entonces, ya terminamos de estresarnos ante el descontrol de la situación y a emitir un vocablo propio del gremio de los que, por comodidad, por “el qué dirán”, por pereza o porque piensan que no lo van a oír nunca, dicen a todo “Sí, sí, sí”.
Neciamente. Así actuamos las personas sordas ante las situaciones cotidianas: con esquemas preestablecidos. Pero cuando se cambia el guión, la película debe continuar igual, entonces, esbozamos una sonrisa y “Claro, claro”, decimos mientras ladeamos la cabeza de arriba abajo.
Como si fuera materialmente imposible e improbable conseguir una respuesta repetitiva de la frase anterior y de carácter aceptablemente paciente. Nadie ayudará si no ven un problema.
De esta fórmula “a guión cerrado”, hay muchas, muchas variantes, con y sin participación oyente. En la modalidad “con personajes”, incluiríamos el famoso “Confío en ti”, episodio repetido hasta la saciedad a la hora de caminar desorientadamente por una ciudad y decidirse a preguntar por la ubicación del lugar del destino.
Si se va acompañado, lo más común es que el sordo formule la pregunta, asienta con la cabeza, mire hacia donde señalan las manos (y, con esto, pierda unos segundos imperdonables de lectura labial) y, finalmente, lance las palabras mágicas a su compañero de aventuras: “¿Te has enterado? Pues, vamos”. Pobre de la persona sorda si el fiel Sancho Panza que lo escolta desatendió un ápice…
En realidad, el miedo es una cuestión de psicología individual y la integración social, un síntoma de autonomía personal. O lo que es lo mismo, la oportunidad de ser autosuficientes es un negocio que no podemos dejar pasar. Lanzarse a la piscina de seguir atentamente el hilo de la conversación, intervenir, pedir un “flash-back” de la última frase, asentir opinando que “tiene razón de verdad” y volver a pedir otro “flash back” es algo que no te va a incrementar la hipoacusia, sino todo lo contrario.
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