lunes, 28 de mayo de 2012
Sordera infantil, un mal a vencer
Niños con sordera severa, ocasionada por problemas genéticos, meningitis o infecciones bacteriales, entre otras patologías, tienen la posibilidad de recuperar su audición y desarrollar su lenguaje de manera normal gracias a técnicas como el implante coclear.
Sin embargo, el diagnóstico temprano es vital para lograr la máxima efectividad con esta cirugía, que se puede hacer desde el primer año de edad.
De acuerdo con Peter Roland, otorrinolaringólogo del Centro Médico de la Universidad de Texas Southwestern, de Dallas, conferencista durante la Semana de la Otología, realizada en Bogotá, "el implante es necesario en pacientes cuya pérdida de oído sea severa y en el caso de los niños que pueden tener comprometido el desarrollo normal del lenguaje".
Según el experto, la causa más representativa de sordera severa es de carácter genético, especialmente cuando el gen relacionado con el sistema auditivo no se desarrolla apropiadamente y es transmitido de abuelos a padres y de estos a sus hijos.
Por tal razón, es importante desde el nacimiento realizar pruebas de screening para descartar esta clase de problemas, especialmente en casos con historial familiar de posibles dificultades auditivas.
Otras causas de pérdida de la audición son los infecciones como meningitis, malformaciones en el oído medio o la cóclea o traumas causados por golpes severos.
Para Blake C. Papsin, miembro del departamento de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello del Hospital para niños enfermos, de Ontario (Canadá), solo en ese país, el costo de enseñar a un niño con problemas auditivos puede llegar a seis mil dólares canadienses por año, sin sumar los gastos que generará en instrucción especial para sus padres y para el sistema educativo estatal.
Todo esto podría mejorar cuando los padres estén atentos a los problemas auditivos, consulten a tiempo, reciban un diagnóstico temprano y se logre un implante coclear exitoso.
En Colombia, entre tanto, según José Rivas, director de la Clínica Rivas, a pesar de ser uno de los países a la vanguardia suramericana en materia de tecnologías y tratamientos, tiene un problema y es que los niños con alguna limitación auditiva llegan muy tarde al especialista, cuando ya tienen 4 o 5 años.
"Lo ideal es que los padres realicen exámenes para comprobar la salud auditiva del niño desde que nace o al menos alrededor del año o a los 2 años, a más tardar, para saber si es necesaria la operación y lograr un desarrollo normal del lenguaje, ya que si se espera demasiado tiempo va a necesitar mayores tratamientos y un proceso más largo de rehabilitación, que va a frenar su desarrollo del lenguaje e implica mayores costos para los padres y el sistema educativo", dice Rivas.
ADAPTACIÓN A LOS CAMBIOS
El implante se coloca en un proceso que puede durar hora y media, pero la etapa clave es la rehabilitación posterior, donde padres y profesores deben proveer al niño un ambiente apropiado para su recuperación total.
El niño debe ser visto una vez por semana durante los primeros dos meses posteriores a la cirugía y luego entra a un programa de rehabilitación auditiva, para que aprenda a usar el implante, es decir, a descifrar los sonidos que percibe y cumpla de manera integral su proceso de comunicación con el mundo oyente.
Este proceso es un trabajo continuo de orientación fonoaudiológica, que se desarrolla cada ocho días con el paciente y su familia.
HAY QUE ESTAR ATENTOS A SUS BALBUCEOS Y SONIDOS
Si un niño a los 8 meses no empieza a tener balbuceo, o no percibe apropiadamente los sonidos, los padres deben acudir inmediatamente al especialista, quien diagnosticará si es necesario colocar el implante coclear o si hay otras alternativas, según el caso específico.
Los avances tecnológicos permiten excelentes resultados. Básicamente se usa un dispositivo que se conecta al nervio auditivo de una manera directa. Este permite que las señales que se reciban vayan al cerebro y "se logre la percepción de los sonidos; es decir, que el paciente pueda oír", explica José Rivas, director de la Clínica Rivas, en Bogotá.
Ángel F. Galindo
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