viernes, 4 de mayo de 2012

MAS RELATOS ANECDOTAS Y VIVENCIAS DE PERSONAS SORDAS :¿Sordera o distracción?

¿Sordera o distracción? « El implante de Odalis Grecia » ¿Sordera o distracción? octubre 25, 2011 por Olivia De chica era famosa por ser distraída, nadie sabía que no escuchaba nada de un oído; ni yo. Hoy en día me resulta notable que en ningún momento mi madre pensara que podría oir mal. Ella tenía un marido y un padre sordos. Se enojaba conmigo y decía: “¿Cuando vas a prestar atención y dejar de decir qué?”. A la próxima pregunta volvía con el qué y ella respondía: ” A ver, ¿qué te dije?, ¡prestá atención! Y en el colegio igual. Una compañera siempre se enojaba conmigo porqué no le soplaba las respuestas de la prueba. Ella no sabía que estaba sentada del oído que no escuchaba; ni yo. Le decía una y otra vez que no la había oído susurrar sus preguntas y ella no me creía, creía que no le quería dar las respuestas. No sé si era distraída por ser sorda, porqué por lo opuesto seguro que no fue. ¿O sería parte de mi forma de ser?; no lo sé. La cuestión que tenía mi propio mundo interno, lleno de pensamientos, preguntas, dudas y curiosidades. Me olvidaba de todo porque estaba en ese otro mundo. Cuando llegaba del colegio mi madre abría la puerta y preguntaba: ¿Qué perdiste hoy?; y había perdido algo, siempre. Tenía muchas amigas pero era una chica solitaria. Los libros eran mis mejores amigos y en el colegio había mucho de ellos. Nadie pensaba que era “semi” sorda, o mejor dicho hipoacúsica, porque tenía buenas notas en el colegio. Estudiaba en un colegio franco-argentino, cursaba dos bachilleratos; el francés y el argentino. Aprendí dos idiomas con mi único oído y me iba bien, sólo podía ser distracción lo mío. La profesora de ciencias fue quién descubrió que era hipoacúsica. Un día le dijo a mi madre: ¿Por qué no le hace una audiometría?, puede ser que no oiga bien. Y así fue cómo supe que no oía nada del oído izquierdo. Mi madre entró en pánico y yo no entendía por qué. Vivía muy bien con un oído, me daba ciertas ventajas. Tenía un despertador enorme al lado de mi cama que hacía un tic-tac fuerte, que no me dejaba dormir. Me daba vuelta y no lo oía más. En mi precario racionamiento de 14 años creía que este fenómeno se debía a la posición, acústica, no sé, cualquier cosa menos falta de audición. En el cine igual. Si una amiga estaba sentada de mi lado izquierdo y me hablaba al oído no le escuchaba nada. Daba vuelta la cabeza y la escuchaba. Cuestión de acústica de nuevo. El médico decidió operarme y la que entró en pánico fui yo. No quería operarme, me sentía muy bien así. Pero no podía decidir porque era menor de edad. La operación falló y descubrieron que lo mío era una otoesclerosis precoz. Vuelta a operar, pero de esta vez funcionó y escuché con los dos oídos durante unos cuatro años nomás, porque esta enfermedad es progresiva. Estuve con una venda durante unos quince días. Cuando me la quitaron tuve una experiencia aterradora. En ese momento se le cayó a la enfermera un instrumento metálico contra el piso de cerámica. El ruído penetró en todo mi cerébro y yo me tapé los oídos y grité. Estuve una semana escondida en mi cuarto. No quería salir a la calle, los ruídos me volvían loca. Con el tiempo me acostumbré y aprendí a escuchar con los dos oídos pero no dejé de ser distraída. Fui cada vez más sorda a través de los años. Me resistí mucho a usar un audífono, me gustaba el silencio que me aislaba cada día más. A los 24 años ya no escuchaba de los dos oídos y me encerré en un mundo meláncolico, del cúal me aferraba con garras. No podía seguir las conversaciones. En las fiestas me sentía perdida. Me iba sin saludar a nadie, total, ¿quién se va a enterar que me fui?; total, nadie me ve. Pero no era así y cuando encontraba mis amigos querían saber por qué me había ido de la fiesta sin saludar. No sabía que decirles, ya que ni yo me hacía cargo de que lo mío era falta de audición. Pasé muchos años para aceptar mi situación. Cada vez la pasaba peor y me sentía mal con la gente. No entendían por qué no les devolvía el saludo. Cuando confesaba mi “drama” sabía que habían pensado que era una antipática, que no habla con las mujeres, o una loca porque respondía cualquier cosa. No conocía la lectura labial, estaba perdida en el silencio. Decidí usar mi primer audífono a los 27 años, cuando me quedé embarazada. Quería escuchar a mi hija. En ese momento acepté mi enfermedad y me sentí más tranquila. Empezaba una conversación con un: “no escucho bien; soy sorda; mirame cuando hablás”, y la gente reaccionaba mejor. Además aprendí la lectura labial y eso me ayudó mucho. Volví a integrarme en la sociedad, con varias dificultades que superaba como mejor podía. Siempre viví una vida normal, no me importaba entender cualquier cosa en el teléfono, yo hablaba igual. En un lugar ruidoso no podía discriminar pero salía igual. Me metía en las conversaciones con alguna palabra que pescaba en el aire e interpretaba el contexto. A veces me salía bien y otras metía la pata hasta la rodilla. Me daba cuenta por las caras de la gente. En ese momento aprovechaba la situación y preguntaba: ¿De qué están hablando? La pasaba bastante mal pero siempre me divertía. Ya no me importaba nada, había aprendido a vivir con ese insoportable sonido que tenía el audífono, y me comunicaba con la gente, aunque sea a la fuerza. Fueron muchos años luchando contra espantosos ruidos de fondo. Lo único que me interesaba era entender qué me decían, la palabra. Ya no existían los pajaritos, ni la música o el sonido del mar pero bailaba todos los carnavales -en Recife- con la vibración. Nada me iba a impedir vivir, lo tenía decidido. El implante me devolvió la música, los pajaritos y los sonidos agradables. Disfruto escuchar, lo que no me sucedía con el audífono. Hoy en día tengo el implante conectado desde que me despierto hasta que me voy a dormir. No me importa si algún ruido es desagradable, con el implante suena bien. Me gusta escuchar mi voz y seguir una conversación sin mirar los labios. En una palabra, me siento aliviada. Los sonidos me alegran la vida. Estoy conectada con el mundo. De todos modos sigo con mi propio mundo interior que puedo compartir gracias al arte y la pintura, cómo también sigo distraída. ¿Una cuestión de sordera o de forma de ser? Ya no lo sé. OLIVIA CASTRO

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