sábado, 1 de octubre de 2011
Superhéroes multicolores
Las personas sordas parecemos totalmente abnegadas y obligadas al famoso “color carne”, también conocido en algunos lugares como “color abuela”, por la facilidad con la que se encuentran en grandes superficies ropa interior de tamaños astronómicos y de, en efecto, color beigue o crudo. Es decir, ropa interior que no se deje entrever si la camisa es demasiado fina y blanca.
Estos son, muy a nuestro pesar, pudores varios a los que nos enfrenta la moda hoy en día, que no aboga por ofrecernos “un país multicolor” por miedo a la visibilidad de aquello que nos avergüenza o que tratamos de ocultar.
Poniendo sobre la mesa otra gran verdad a la que no estamos acostumbrados, me atreveré a decir que la sordera no pasa inadvertida visualmente, ni en las orejas de soplillo que se nos forman del peso de los audífonos e implantes, ni por la mata de pelo difícil de controlar. Contra todo pronóstico, no es la persona sorda quien debe tratar de ocultar su sordera, si no que es quizás un buen momento para decirle al mundo que ni es tan feo, ni tan doloroso para los ojos conocer la identidad de las personas.
Somos sordos, pero no por ello caminamos cabizbajos en busca de la mejor forma de ocultar nuestros defectos. Eso sería negar la realidad a la que nos enfrentamos cada día saliendo, en buena parte de los casos, victoriosos ante las circunstancias no elegidas. Superhéroes podríamos denominarnos. Personas con el poder de comunicarse cuando la audición nos fue negada o deteriorada por cuestiones que sólo la ciencia controla.
Y como superhéroes de verdad, tenemos la obligación de dar a conocer nuestro poder. La criptonita que dañaba a Supermán para nosotros se llama “ignorancia” y se manifiesta, en muchos casos, cuando la moda nos niega el derecho a sentirnos, además de oyentes, guapos y conjuntados.
Metáforas y preámbulos atrás, me vuelvo a permitir la osadía de reclamar un poco más de azúcar en la píldora, un pincelazo de color a nuestras prótesis, una oportunidad de huir del “color carne” y, como siempre, un intento de decidir cómo hacer llevar nuestras cosas, como si de una camiseta se tratara.
Algunas compañías de óptica lanzan ofertas cada verano para adquirir dos monturas diferentes para una misma graduación, y ¿por qué a la persona sorda se le priva de su deseo de cambiar su rutina, que no tiene por qué ser siempre rubia, castaña, pelirroja, negra o cana?
Pero, ¡ojo! La belleza seguirá estando en el interior. Aquí estamos pidiendo la normalización aquellos momentos en los que uno cambia la batería del implante coclear y la gente le mira como si se le cayese un cachito de carne… porque es de color carne todo. Si adaptásemos un poco más este mundo al de la abeja Maya, tan multicolor, estas cosas pasarían desapercibidas por la certeza de que es tan natural como ponerse guapo para salir con los amigos, ir de compras a tiendas donde la ropa no es sólo blanca o negra y siempre del mismo corte o, en definitiva, tan natural como ser uno mismo y no formar parte de un paquete tan inexplorado como el de “personas sordas o con baja audición
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