Dicen que del amor al odio hay un solo paso y viceversa. Y es verdad. Se llama “envidia” y es el punto álgido en que las personas con deficiencias auditivas pasan del famoso “Qué putada ser sordo” a darse cuenta de que la deficiencia puede ser a veces una virtud y entonces sería algo así como “Qué suerte”.
Yo aprendí esto de la mano de las compañías aéreas de low cost. Dentro de la cabina te das cuenta del verdadero precio de comprar unos billetes baratos. Bueno, se dan cuenta los que oyen todas las ofertas de cigarrillos sin humo, loterías, revistas y colonias que hacen. Los que tenemos la facilidad de desconectar del mundo sonoro a nuestra merced, seremos odiados de por vida a ojos de nuestros compañeros de viaje, cuando durmamos plácidamente a pesar de que las azafatas divulguen a bombo y platillo los nuevos productos de la aerolínea.
Y eso no es todo. Tener problemas de audición puede resultar un chollo siempre que sepas aprovecharte de los silencios como se merecen. Como se merecen y no de forma ética. No conozco ningún adulto con discapacidad auditiva que cuando fuera crío no se quitase los audífonos para no recibir broncas de sus padres.
Es más, he oído hablar del famoso “bla bla bla”, una técnica que tienen los oyentes para “pasar” de ciertas conversaciones y evadirse en sus pensamientos mentales que nada tienen que ver. No nos engañemos, es mucho más efectivo desconectar los implantes y los audífonos. Además, que con eso de que tenemos deficiencia auditiva, se nos “disculpa” el no prestar atención… aunque no resulte lo más ético por nuestra parte ese tipo de aprovechamientos y luego pedir ayuda.
Pero sí, hay momentos donde agradeces no oír bien. Sobre todo por las noches. Ya pueden caer bombas a tu lado y haber 500 niños llorando cerca que si tu discapacidad auditiva es profunda, no te vas a despertar.
Con esto y mucha imaginación, eres el mejor compañero de cuarto con el que se puede soñar, siempre y cuando no ronques.
Esto es porque de todo se puede sacar algo positivo. No es que debamos aprovecharnos de nuestra discapacidad auditiva para tener más tiempo para pensar las respuestas de las preguntas de los exámenes orales en el colegio. Ni para escaquearnos de las tareas de inglés cuando se trata del speaking y del listening. Ni que decir de desobedecer las órdenes de tu madre porque, según alegas, “no te había oído bien, mamá”.
Después de “no haber oído bien” que tu madre te decía que no deberías beber tanto, llega el famoso día de la resaca. Ese fatídico “día siguiente” en donde la cabeza te va a estallar sólo de tu propio ruido al inspirar y expirar. Eso en el mundo de las personas con discapacidad auditiva es un mito: la resaca se vive a otros niveles, pero el “no hables alto que me muero” nos lo podemos ahorrar.
Pero también somos los únicos dueños de nuestro silencio y, como tales, no tenemos “derecho” a utilizar la excusa de que “en casa hay mucho ruido” para ir a estudiar con los amigos a la biblioteca.
“Oyes lo que quieres”, me han espetado más de una vez. Cierto. Bueno, cierto a medias: el verdadero objetivo de las personas con discapacidad es oír tanto lo bonito como lo feo, y despertarse con el escándalo que arma el camión de la basura. Pero, seamos sinceros, si no podemos conseguirlo, no nos pasa nada: tenemos otras brechas más importantes, como la igualdad de oportunidades, la visibilidad y la aceptación en los grupos. Lo de los camiones puede esperar.
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