martes, 19 de julio de 2011

Una historia solidaria y silenciosa


Estibaliz acoge desde hace cuatro años a Mohamed y Lala, dos niños saharuis, sordos como ella


ESTA es la historia de Mohamed y Lala, dos hermanos saharauis con problemas auditivos que, procedentes de los campamentos refugiados de Tinduf, en Argelia, llegaron por primera hace unos años a la capital vizcaina. En 2007, gracias al apoyo del Ayuntamiento de Bilbao, a través del programa Vacaciones en Paz, y de Estibaliz e Ibon, padres de acogida, las vidas de estos dos menores cambiaron por completo y para siempre. Se da la circunstancia de que Estibaliz conoce de primera mano el mundo de los sordos. Siendo una niña, con apenas 12 años, un problema de salud le introdujo, de la noche a la mañana, en la realidad del silencio. Superó el bache y con dos aparatos incorporados en sus oídos, esta mujer, puede hoy oír perfectamente y transmitir con su experiencia el sentir de este colectivo y ayudarles.

Y lo ha hecho. Lo ha hecho con Mohamed y Lala, los dos niños sordos saharauis que desde hace cuatro años acoge en su casa, y lo hace, día a día desde su asociación, Zentzumen Guztiekin, a la que a ella pertenece y con la que tiene previsto poner en marcha nuevos programas.

Nunca imaginó, ni siquiera se planteó, acoger en su casa a niños, "ni saharauis, ni ucranianos. Y ya ves, lo que son las cosas", dice con una sonrisa. Pero la vida esconde sorpresas y esta, reconoce esta bilbaina, "aunque ha sido en algunos momentos complicada de llevar ha sido totalmente gratificante y maravillosa", destaca.





Estibaliz Ramos posa con Mohamed y Lala en una imagen tomada en el acuariun de Getxo.(Foto: DEIA)


Por entonces, Estibaliz trabajaba en una entidad que se dedicaba a ayudar a personas con problemas auditivos. Era el primer año que se ponía en marcha el programa municipal Vacaciones en paz para acoger a niños saharauis con problemas. "Me pidieron que diese una charla de sensibilización para buscar familias que estuvieran dispuestas a acoger a este niño sordo del Sahara", relata. "Pero no salió tal y como habíamos previsto. La familia que se había comprometido a acoger al niño, en el último momento, se echó para atrás".

El tiempo se echaba encima. Los días pasaban rápido, demasiado, y el niño, Mohamed, ajeno a todo, soñaba con descubrir un nuevo mundo. "¿Y ahora qué hacemos? Los planes se nos cayeron. Me pasé días y días buscando a familias que estuvieran dispuestas a acoger al niño sordo. Pero nada, fue imposible", relata. "Al final dije: ¿qué hago? ¿Qué vamos a hacer con él?", se preguntaba en sus noches en vela. "Pues nada, que se venga a mi casa". Y así, sin tener nada organizado, sin conocer el mundo del acogimiento, Estibaliz y su pareja, Ibon, se introdujeron en este apasionante, pero nada fácil mundo. El destino quiso que, pese a los miles de kilómetros que separa el desierto del Sahara de Bilbao, sus caminos se encontrasen para intercambiar las diferentes realidades. "No me he arrepentido. No conocía la causa saharaui, ni dónde vivían, pero ahora que la conozco me ha cautivado", dice. Sin prepararlo ni imaginarlo, de la noche a la mañana, tenían en casa a dos hermanos, sordos y saharauis. Su vida cambió por completo, al igual que la de Mohamed y Lala. Los dos hermanos pasaron del silencio del caluroso desierto del Sahara, -con temperaturas que alcanzan 60 grados en verano- al bullicio de los signos, de los gestos, colores, normas y reglas de una ciudad como Bilbao, en la que el plomizo cielo gris protagoniza infinidad de tardes. "El cambio para ellos fue impresionante. El primer año fue complicado, intenso", describe. "Los niños viven en un desierto, llegan aquí y se encuentran con otra realidad contrapuesta. Se lo pasan bomba porque todo es nuevo".

Ilusiones Mohamed tenía 9 años la primera vez que pisó Bilbao. "Es sordo completamente, sordo profundo, y nos comunicábamos con un lenguaje de signos muy arcaico, tanto que a veces era incluso complicado entenderle. Al principio no sabíamos si conocía el lenguaje de signos", destaca. "Nos comunicábamos con gestos básicos, simples. Para comer, le hacía el gesto de comer; para dormir, el gesto de dormir...", cuenta. Pero no fue la única dificultad con la que se encontraron. "Era niño, musulmán, saharaui... El hombre desempeña un papel fundamental y la mujer, otro completamente diferente a la que se encontró aquí", dice.

La llegada de Lala a la vida de Estibaliz fue diferente. La primera vez que visitó Bilbao, la niña tenía 13 años y deseos de saber, de conocer, de aprender. "Lala es especial. Es una niña con ganas de crecer interiormente. La relación, más que de madre e hija, fue de amigas", dice.

Lala tampoco oía nada cuando llegó a Eukadi, pero gracias a un audífono ahora percibe algunos sonidos y ha podido aprender a pronunciar su nombre y el de su hermano. "Fue impresionante el día que se le colocó el aparato. Su cara cambió completamente. Le llamábamos y ella se giraba al escuchar su nombre. Fue muy bonito verla su cara", añade.

Estibaliz se siente feliz. Satisfecha y orgullosa. Se le nota en cada palabra, en cada gesto que regala en la extensa conversación. Los cuatro veranos de convivencia con los dos menores le han servido de aprendizaje, de experiencia vital. "Cuando llega junio ya me pongo nerviosa, esperando el día", apunta. A Estibaliz se le ilumina la mirada cada vez que habla de los dos niños que reconoce "me han enriquecido", indica. "Me han enseñado que se puede vivir con poco", destaca. "Me ha sorprendido su capacidad de adaptación. Aquí duermen en una cama. Se duchan todos los días, se cambian de ropa. En su hogar, duermen sobre en una alfombra y son felices", relata.

Sensibilizada con este mundo, y ahora que, por circunstancias de la vida lo lo conoce, ella es consciente de que para los niños con problemas, "por pequeños que sean" las oportunidades de vivir, de sentir otra experiencia se reduce considerablemente. "Es un mundo complicado encontrar una familia que quiera y esté prepara para acoger a niños con problemas. En el caso de un niño sordo es necesario conocer el lenguaje de los signos", explica Estibaliz.

Pero, como todo en esta vida, es cuestión de aprendizaje. El destino quiso que esta pareja bilbaina se enfrascara en esta aventura, sin libro de instrucciones y totalmente enriquecedora que contará a sus nietos.



S. Atutxa / http://www.deia.com

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