miércoles, 29 de diciembre de 2010

una historia , un ejemplo No soy discapacitada, soy única»


No soy discapacitada, soy única»
Un largo pasillo con un sin fin de puertas permite percibir el encierro. María Angeles Narváez, a la que todo el mundo conoce como «La niña de los cupones», camina por el pasillo de entrada al módulo de hombres de la cárcel de Sevilla II con nervios, no sólo escénicos, sino también por un silencio inesperado, el silencio de la cárcel.
Tiene 32 años y perdió el oído a los seis, pero lejos de fustrarle, su sordera le he enseñado a caminar mejor y ser más fuerte. Consiguió ser la primera persona sorda en aprobar la carrera de danza española, y aún se emociona hablando de sus años de aprendizaje en la academia de Matilde Coral. A los 24 años lo consiguió, y ahora vive uno de sus mejores momentos profesionales. «El 14 de septiembre voy a bailar en la Bienal de Flamenco, eso puede ser una auténtico trampolín», afirma María Angeles, quien destaca que «no soy discapacitada, soy única».
A pesar de su éxito, María Angeles sigue vendiendo cupones en el quiosco de la ONCE en la calle Marqués de Paradas. «Mis cupones no los dejo, porque son los que me dan de comer», explica. La bienvenida a la cárcel fue efusiva, ya que la llegada de tres voluntarios de la ONG Solidarios con la «Niña de los cupones» hacía comprender como los presos valoran que se acuerden de ellos. «Estoy deseando de que lleguen los jueves -día en que tiene lugar la actividad semanal organizada por la ONG-, que nos sorprendan con algo nuevo que aprender. Dos horas con vosotros son cinco minutos, pero dos horas en el patio es una vida», aseguraba Víctor, uno de los presos que asistió a la actuación que María Angeles ofreció en el salón de actos de la cárcel.
Camarón por signos
Como siempre hace, la actuación de «la niña de los cupones» comenzó a ritmo de Camarón, interpretada con lenguaje de signos. Ofreció una interpretación de la bulería «Pañuelo a rayas», que forma parte de su espectáculo «30 decibelios». El flamenco se mezcló en la cárcel con la expresividad de su rostro, de sus manos y con una sonrisa que se ganó con creces la entrega de todos los espectadores. «Yo siento la música dentro, utiliza la memoria audiotáctil para poder distinguir el ritmo, y me guio leyendo las palmas y con la vibración del compás», explica.
Se sentó en la silla sólo durante su actuación, ya que durante el resto del tiempo estuvo quieta, bailando las canciones que le marcaban los presos y enseñándoles las estrofas en lenguaje de signos. «Aquí ha estado Farruquito y no ha querido compartir su arte, en cambio María Angeles nos lo ha regalado, aseguró Francisco, que le cantó por tangos.
María angeles siempre dice que para bailar hay que contar algo, pero aquel día no hizo falta, porque la cárcel lo contaba todo sola. A las siete volvimos a recorrer el pasillo y ya no había nervios, sino que dos lágrimas le impedían hablar. Era el pálpito del encierro alejándose.

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