lunes, 21 de marzo de 2011

Audífonos,


Micrófono, amplificador, auricular, mando a distancia y conexión a teléfonos móviles mediante Blutooth. Aunque estén relacionados con el sonido no son los componentes de un aparato musical, ni de un televisor, sino de los audífonos, pequeños ordenadores que se colocan en el pabellón auditivo y precisan de ajustes constantes y un determinando mantenimiento durante los primeros cuatro años de vida del aparato, un periodo tras el cual conviene reemplazarlo. Este recambio periódico, y el material necesario para su mantenimiento, implican un elevado desembolso económico para muchas familias. Y es que, según las últimas encuestas del Instituto Nacional de Estadística, cerca de un millón de personas padecen sordera y el 10% de la población española sufre algún tipo de problema auditivo. De cada 1.000 niños, 2,5 nacen sordos y la presbiacusia, la sordera que antes aparecía a partir de los 75 años, afecta cada vez más a personas de entre 45 y 50 años. Para ayudar a todas estas personas que sufren una pérdida auditiva o hipoacusia cada año se adaptan en España unas 150.000 unidades de audífonos.
La audición se mide con pruebas cualitativas y cuantitativas. De todas, la exploración estrella es la audiometría, que permite saber qué cantidad de sonidos faltan o ha dejado de oír una persona y cuál es la calidad de los sonidos que escucha: si son graves, medios o agudos. Además, aporta un dato determinante: la cantidad de sonido que un individuo puede soportar. Esta cantidad varía de unas personas a otras, cuando nacemos todos tenemos la capacidad de soportar sonidos de hasta 130 decibelios (dB) de potencia pero a medida que envejecemos, se reduce esa capacidad. El ruido de un avión a reacción superaría ese umbral; el de las ambulancias está por encima de los 120 dB (el límite a partir del cual se sienten molestias o dolor auditivo); el sonido de un secador de pelo o alguien que habla a gritos se sitúa entre 90 y 100 dB, mientras que el de una conversación normal a un metro de distancia es de unos 60 dB, y el de una voz que susurra, de unos 30 dB.

En el momento en que una persona experimenta una pérdida auditiva de 30 dB, su interlocutor debe alzar la voz para que le escuche. Y es a partir de esta deficiencia cuando, en general, se recomienda la utilización del audífono. No obstante, esta necesidad no depende de un determinado valor de capacidad auditiva. Es más importante el concepto de sordera social referido a ciertas personas que, por su ocupación profesional o estilo de vida, pueden necesitar audífonos para evitar el aislamiento social, aunque no hayan perdido tanta audición.
Los audífonos son aparatos electroacústicos que captan los sonidos del entorno, los amplifican y potencian los del habla por encima de los ambientales. Todos los audífonos constan de tres componentes principales: el micrófono, el amplificador y el auricular. Otros, los más sofisticados, cuentan además con mando a distancia y conexión a teléfonos móviles mediante Blutooth.

El micrófono recoge los sonidos del aire y los transforma en señales eléctricas. El amplificador aumenta la intensidad de las señales del micrófono y, gracias a unos filtros, sólo amplifica los sonidos que son importantes para los usuarios. Y el auricular, receptor o altavoz, convierte las señales eléctricas en acústicas. Pero, además, en los modelos digitales es posible programar un microordenador para manipular las señales y adaptarlas a la pérdida auditiva de cada usuario, labor que se puede realizar mediante el mando a distancia.

Las pilas, por su parte, son específicas para cada aparato. De ahí que tanto el tamaño como su capacidad sean diferentes. La duración media varía entre 5 y 14 días en función del tipo de pila, de audífono y del tiempo durante el que se use.

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