martes, 25 de enero de 2011

"El hada laboriosa del Arroyo" (y su duendecito travieso)

"El hada laboriosa del Arroyo"
(y su duendecito travieso)

Cuando llegué por primera vez a la orilla de aquel arroyo, estaba despierta y era, sin embargo, el lugar de mis sueños...

El verdor y la frescura de aquellos parajes, el agua clara que corría libre entre la arena y las piedras, la sorpresa de "las monedas de sol" como decía el Chacho, sobre la tierra y los sauces...

¿Este lugar, aquí, tan a mano y yo no lo conocía...?

Nunca pensé aquel día que se volvería cotidiano, que se transformaría gracias al valor del cariño y de la amistad en parte de mi Vida y de la de mis hijos...

Recuerdo aquel primer día en ese lugar, recuerdo una casa blanca y pequeña, recuerdo haberla soñado para mí, recuerdo haberla imaginado parte de mi corazón y de mi tiempo...

¿Quién podría vivir en ese espacio tan cálido y soñado?
¿Quién sería la dueña de esa risa que yo escuchaba de lejos?

Solamente sueños, solamente el aire tibio acariciando mi piel y el agua cristalina y los castillos de arena fina y blanca que quedaron en aquella orilla...

El tiempo pasó.

Seguí dándole cuerda a mi reloj, el año nuevo, el nuevo milenio, la Asociación, los proyectos, los talleres, la radio, las listas...

¿Dónde vive esa mamá?

La respuesta era increible, era como todo lo lindo de la Vida: sorpresivo, bello, fresco, palpitante...

Esta mamá, respondió otra compañera, vive en la casa que está a la vera del arroyo y tiene una hija sordo muda...
¿Quién sería la dueña de esa risa que yo escuchaba de lejos?

Solamente sueños, solamente el aire tibio acariciando mi piel y el agua cristalina y los castillos de arena fina y blanca que quedaron en aquella orilla...

El tiempo pasó.

Seguí dándole cuerda a mi reloj, el año nuevo, el nuevo milenio, la Asociación, los proyectos, los talleres, la radio, las listas...

¿Dónde vive esa mamá?

La respuesta era increible, era como todo lo lindo de la Vida: sorpresivo, bello, fresco, palpitante...

Esta mamá, respondió otra compañera, vive en la casa que está a la vera del arroyo y tiene una hija sordo muda...


¿Sordo muda?
¿No sería la amiga de mi hija Violeta?

¿Le están probando unos audífonos nuevos?
Sí...

¿Es traviesa y se los quita?
Sí...

Era ella, la amiga de mi hija, y su madre y yo teníamos que encontrarnos y entablar una relación cordial, solidaria, de mutua ayuda, como todas las de la Asociación...

Son tantas que, a veces, se forma una sola imágen de las mamás de gurises con discapacidad; son todas distintas y a la vez todas se parecen: saben de amor, de dolor, de sacrificios y de alegrías, algunas pequeñas alegrías como sostener una cabecita que se cae y otras inmensas, como escuchar "mamá" en una boca que nada pronunciaba.
A veces las mamás forman en mi corazón una única persona con mil lágrimas y mil risas diferentes: la que corre a enjuagar los mismos pañales desde hace años, la que canta y prepara una silla especial casera, la que lucha por aquella medicación, la que prefirió quedarse sola y ser sólo ella la responsable, la que se jugó a vivir sólo con el amor de un hijo, la que recién ahora, después de muchos años, se atreve a escaparse a tomar un café a solas con su esposo...

Pero esta mamá era distinta: vivía en el lugar de mis sueños...

Yo no podía ser egoísta, les juro que la traté igual que a todas, la escuché, me escuchó de entrada más que yo a ella...

¿será que el vivir en ese lugar mágico la hacía distinta?

Me imaginé sus despertares...

Por cualquier ventana que entrara el sol sería el mejor amanecer de todo el mundo...
Y las mañanas frías serían tibias con esos mates dulces y reparadores...entre corridas, llevadas a la escuela, la olla, la ropa, las tareas hogareñas, la bendita limpieza, el marido que llega, y por fin, la mesa...y su familia alrededor.

Su compañero, obrero de mi mismo gremio, aunque con una tarea que siempre envidié y que por mi condición de mujer, allá en Paraná, nunca pude ejercer, con la tarea más bella, muy cerca de la tierra, muy cerca de lo verde y lo florido, muy cerca de la Vida...preservando la Naturaleza y enriqueciéndola con sus manos...

Sus hijos, bellos, en aquellos campos, en aquellas arboledas, trepados en la espalda de la alegría, criándose como seres libres, con esa tibia brisa siempre acariciando sus caritas felices...

Y ella, ¿una mamá más?

Era la mamá de la primera amiga de Violeta, era la mamá de la niña que la defendía de la maestra, que le enseña el lenguaje de señas y que mi niña no puede repetir por su distonía muscular.

¿Una mamá más?

No.

Las manos laboriosas de cada día haciendo lo que se debe sin medir distancias ni sacrificios...

¿A qué hora te levantas, Cristina?

¿Cuándo dejas de correr?

¿Cuándo te sientas a mirar el arroyo de mis sueños?

Estás allí y estás en todas partes: la terapia, la venta de ropa, los viajes, los mensajes hasta Villa Elisa, las breves visitas, casi a diario a casa, porque tu hija extraña a la mía...
Cuánto te admiro, Cristina, qué fuerza, qué valor, qué coraje, qué ternura, qué amor, qué constancia, qué luz hay en tus ojos...

Prometí escribir algo y solamente puedo expresar, mal, esta amistad que ahora nos une.

Vos vivís en la casa que yo soñaba, vos vivís en los parajes del arroyo y estás rodeada de las monedas de sol que te regalan los sauces a la siesta...

Tal vez tenga algo que ver pero, en el arroyo, mientras nuestras gurisas se hamacaban, en el día del cumpleaños de la tuya, se reflejaban tus ojos y los míos y estaban unidos por algo más que el paisaje y la amistad...

Y por algunos versos que alguna vez te leeré...
Ya ves, nuestras hijas nos han unido...

Ya ves, nuestras hijas nos han enseñado algo: sigamos sus ejemplos, vos, Cristina, me llevás de la mano a aprender, por señas, esos colores nuevos que nos rodearán esta primavera entre las flores nuevas y el agua clara de tu arroyo...

Y yo, mientras tanto, te defenderé de la maestra, con dientes y uñas...

Para que nadie se atreva a retarte, sin motivos aparentes, por la osadía de tu valentía y ese mirar impetuoso de tus ojos...

Ana María, mamá de Violeta

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