jueves, 2 de junio de 2011

El concepto de la diferencia

Se plantea la integración de las personas con necesidades especiales en la educación regular. La
educación para todos se propone brindar las mismas oportunidades a todas las personas, respetando las
capacidades de cada uno. Ésta es una proposición convincente, justa y necesaria, que requiere de una
reflexión con respecto a la cualidad del proceso de integración propuesto. Esto es, es importante tener
en cuenta si se trata de un proceso bi o multidireccional, en el cual cada una de las partes esté
involucrada de forma análoga, o si una de las partes, generalmente la que no posee necesidades
especiales, es la que ofrece y brinda las oportunidades a los demás grupos, y son los demás los que
reciben. Esta situación nos conduce a debatir sobre el lugar que les corresponde a los sordos en la
educación especial y en la educación en general.
Los sordos conforman una comunidad que posee características que derivan de experiencias,
modos de vida y una lengua en común. Esto no significa que esta comunidad se encuentre aislada o
excluida de la sociedad en general y de otras comunidades con particularidades diversas. Cada persona
sorda nació dentro de un familia con una historia, vive en un barrio, concurre a un club, practica o no
una religión. Además, cada persona sorda tiene una personalidad, gustos y formas de ser y de actuar que
lo caracterizan como individuo. Los sordos pertenecen a la sociedad general y necesitan interactuar con
y dentro de la sociedad en la que viven para desarrollarse integralmente como miembros de la sociedad.
Un individuo no debe dejar de ser quien es para integrarse, no necesita asimilarse para integrarse.
Cuando la integración se plantea de forma unidireccional, la forma y las condiciones de la
integración están marcadas por el grupo de la mayoría y la “normalización” toma como punto de
referencia a aquellos “sujetos considerados normales, que representan a la media estadística general”
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.
Desde este punto de vista, ¿cuál es el lugar que le corresponde a los sordos dentro del sistema
educativo?
El niño sordo necesita integrarse, interactuar con niños pertenecientes a otras culturas y a la propia,
a otras comunidades y a la suya propia. Necesita conocer el funcionamiento de las reglas que rigen la
sociedad en la que vive y necesita sentirse participante dentro de su comunidad. El niño sordo necesita
un lugar en el que pueda interactuar libremente con sus compañeros y maestros, pueda aprender y
encuentre un espacio propio. Esto no se logra mediante su inserción a una escuela regular. Esto es
posible mediante la inclusión de niños, jóvenes y adultos sordos al sistema educativo general.
El curriculum actual del profesorado que forma a los docentes de las escuelas para niños sordos no
permite la inclusión de adultos sordos dentro de los programas de estudio. El examen psicofísico de los
sordos no los habilita para cursar gran parte de las materias que forman el curriculum, debido a que
estas apuntan a la rehabilitación de los aspectos foniátricos y audiológicos del “alumno/paciente”.
La integración del sistema supone un curriculum que contemple la participación activa de los
sordos dentro del sistema.
La implementación de un sistema educativo coherente, que responda a las necesidades de toda la
población, la implementación de una “escuela para todos” en todos los niveles y en todas las
direcciones requiere de una reformulación de la diferencia. La integración unidireccional supone a un
grupo responsable de brindar las mismas oportunidades a todas las personas; ese mismo grupo de poder
es el que evalúa las deficiencias y las capacidades y es el que establece las diferencias.
¿Quién es diferente: el hijo sordo de padres oyentes o el hijo oyente de padres sordos? Depende
siempre de quién es el que evalúa la diferencia. Ambos hijos son diferentes ante los ojos de sus padres;
ambas familias deben ajustarse a las necesidades específicas de sus hijos.
Dentro del ámbito escolar, ¿cómo es evaluada esta misma diferencia por la escuela? ¿el maestro
oyente es diferente dentro de un aula donde todos los demás son sordos? Depende de las características
de la escuela, depende de los objetivos que la escuela persiga, y depende de lo que se defina como
diferente. Si los objetivos son planteados desde el maestro y hacia el alumno para que el alumno se
integre a la sociedad oyente, si el maestro oyente es la fuente del saber y del poder y es él el evaluador
de la deficiencia, todos los niños serán diferentes en una escuela donde todos los niños son sordos. Por
el contrario, si el ámbito escolar y el curriculum responden a las necesidades de los niños, tanto el
maestro como los niños se adaptarán a las cualidades del otro.
La interpretación de la diferencia obedece a la cercanía o a la lejanía desde donde se la mire
Testimonio
El siguiente testimonio de una persona sorda adulta, sintetiza y aclara mediante relatos de su
propia experiencia, los sentimientos y resultados en relación a situaciones de integración escolar:
“Soy la única integrante sorda de mi familia. Nací sorda a raíz de una rubéola que mi madre
contrajo durante el embarazo. Pese a que tengo una considerable pérdida auditiva, el audífono me es
útil para diferenciar los ruidos en general (de la calle, timbres, voces, si bien no llego a discriminar lo
que se dice).
A los dieciocho meses de vida, al confirmarse el diagnóstico de mi sordera, sobrevinieron para
mis padres la angustia, el desconcierto, la duda y el miedo, sumándose la falta de información sobre el
tema por parte de los mismos profesionales. Por recomendación del médico, me llevaron a un colegio
en el cual solo utilizaban la lengua oral. Por la información recibida, mis padres pensaron que en
función de integrarme a la sociedad (en su mayoría oyente) los mejores recursos eran la oralización,
la lectura labial, el uso indispensable del audífono, sin utilizar los gestos.
Durante la escolaridad primaria solamente me dediqué al estudio. Llegaba del colegio a mi casa y
me sentaba a hacer la tarea hasta más tarde. Mi madre siempre me ayudaba. No tenía tiempo para
socializar, tener amigos. Mi hermana y yo íbamos a un club siempre juntas y solas. Se construyó una
relación de dependencia mutua, producto de las dificultades que tenía yo en comunicarme con las
personas de mi entorno. Mi hermana funcionaba en estos casos como sostén de mis necesidades
comunicativas.
La escuela secundaria la cursé en un colegio común. Por la preparación recibida en el colegio
especial no tuve problemas con los estudios, pero no me fue bien socialmente. Por un lado, me integré
a un grupo de cinco compañeros que no me veían solamente como “persona sorda”. Sentí que se había
construido una barrera por la distancia que ponían mis compañeros por miedo a lastimarme con
preguntas sobre mi sordera y por falta de información general. Hubiese preferido que me preguntaran
acerca de mi condición de sorda, pero llamó más la atención mi cartel “yo soy sorda”. Sin embargo,
me sentía sola dentro del mismo grupo porque no podía participar activamente en las conversaciones o
porque evitaban hablar sobre el tema de la sordera. Empecé a esquivar en lo posible las reuniones
sociales porque me aburría al no poder seguir las conversaciones. Los peores momentos los pasaba a
la hora de los chistes... Todos se divertían mientras yo disimulaba entender para no crear situaciones
incómodas. Generalmente era la última en enterarme acerca de novedades, chismes, ya sea dentro de
la escuela o en mi familia. Prefería estar en casa sola, escribiendo o leyendo.
Durante el primer año me carteé con ex-compañeros de la escuela primaria para sordos y nos
visitábamos a menudo. Paulatinamente perdí el contacto con ellos, ocupándome de los estudios y de
integrarme con los oyentes.
En el último año del secundario volví a contactarme con un grupo de sordos oralizados,
aprovechando la oportunidad de reunirme con personas que comparten y entienden las dificultades
que acarrea la limitación auditiva. Me acerqué alguna vez a una asociación de sordos pero no me
interesó conocer y relacionarme con la comunidad, la lengua de señas, etc. La instrucción que yo
había recibido durante la escuela primaria me había convencido de las desventajas que significa
establecer relaciones con personas sordas que no tuviesen el mismo nivel de oralización y de
información que yo había recibido. El desprestigio que la lengua de señas tenía dentro de la escuela
había formado en mí y en mi familia un prejuicio acerca de “los otros sordos”, lo que yo ahora llamo
“la verdadera comunidad de sordos”. Mi meta era recibirme como universitaria, trabajar e
integrarme a la sociedad oyente.
Junto con algunas amigas oyentes, ingresé a la Universidad. Durante el CBC me sentí realmente
integrada y me iba bien en los estudios. Mis compañeras estaban dispuestas a explicarme lo que me
perdía en la conversación y a veces era yo a la que consultaban sus dudas sobre los estudios.
Durante los siguientes dos años de la carrera noté más que nunca la diferencia entre ser sorda y
ser oyente. No podía estar al mismo nivel que ellos, me sentía en desventaja. La educación que recibí
en mi familia y mi capacidad intelectual “chocaban” con la sensación permanente de incomunicación.
Oralizo bien, pero el recurso de la lectura labial no es suficiente para seguir el dictado de las clases.
Estudiar solamente de los libros sin la explicación clara y orientadora del profesor no me alcanzaba.
No podía pedir ayuda constantemente a los atareados ayudantes de cátedra o a los compañeros. Estos
y otros factores hicieron que abandonara la carrera, preguntándome dónde estaba la integración. Creí
que mis herramientas garantizaban el acceso al mundo oyente. La mayor dificultad dentro de la
universidad fue el tener que aceptar que para poder seguir estudiando debía depender de los otros, de
la ayuda que pudiera conseguir de mis compañeros y profesores. Mis ansias por participar y
comprometerme activamente en las discusiones y charlas académicas las debía dejar de lado por una
imposibilidad real de comprender lo que a cada momento se hablaba en la clase. Si hubiese sido una
alumna menos participativa, si hubiese aceptado pasivamente las enseñanzas de los demás, tal vez
hubiese podido terminar mis estudios. Pero esta modalidad se contraponía con mi personalidad. Creo
que abandoné la facultad porque me dí cuanta de que mis recursos y posibilidades no bastaban para
lograr la independencia, para valerme por mí misma. .
Mientras cursaba la universidad, comencé a relacionarme con varios grupos de sordos, y de a
poco empecé a acercarme a la verdadera comunidad sorda a través de la lengua de señas. Por
necesidad de compartir mis experiencias, de identificarme con alguien, y poder comunicarme
abiertamente. Un encuentro casual con un sordo que utilizaba la lengua de señas argentina, fue una
experiencia muy importante en mi vida. Me sentí ridícula al no poder comunicarme con él, siendo los
dos sordos! Desde ahí empecé a aprender esta lengua, en un principio solo para comunicarme con él.
Cuando ingresé al Programa de Formación Pedagógica de la Facultad de Filosofía y Letras
encontré mi identidad como persona sorda apreciando esa concepción del mundo que le es propia a
una cultura visual. Allí tomé conciencia de que nací y crecí en un ambiente oyente. El encuentro con un
grupo de hipoacúsicos y sordos de diversas procedencias me hizo encontrarme a mí misma. El hecho
de ir conociendo sus historias tan diferentes y acceder a la lengua de señas me reveló la existencia de
una historia y una cultura que es propia de la comunidad sorda. Todavía me sigo preguntando por qué
en la escuela primaria nos privaron de toda esta información: la existencia de asociaciones de sordos,
la utilización de la lengua de señas en toda su dimensión...
En las clases de la facultad comprendí la importancia de la lengua de señas como lengua
capacitante y transmisora de la información, me di cuenta de la importancia de la presencia de los
intérpretes en las clases. La integración a las clases de la facultad por medio del intérprete me
permitió sentirme en igualdad de condiciones frente a los alumnos oyentes.
Integrarme a la facultad no significa simplemente comprender las clases y compartir los chistes
con mis compañeras y mis profesores, sino también involucrarme en forma activa en el desarrollo de
nuevas propuestas y de la difusión de nuestra realidad dentro del ámbito de la educación superior.
Como una forma activa de participación, creamos el centro de estudiantes sordos a través del cual
proponemos cambios y diseñamos proyectos de acuerdo a nuestras propias experiencias y necesidades
educativas.
Dentro del grupo de la facultad, experimenté con sacarme el audífono varias veces y descubrí
cómo es ser sordo profundo. Hay diferencias entre escuchar algo y no escuchar nada, pero esas
diferencias están en la posibilidad de adquirir la lengua oral y no en el “ser sordo”, en ser reconocido
dentro de una comunidad. La integración parte de mí hacia la sociedad, dentro de la comunidad sorda
y dentro de la oyente, dentro de mi familia, de la escuela, de la Universidad. Quisiera integrarme al
sistema educativo participando activamente en él como alumna, como docente o como funcionaria,
quisiera integrarme y competir en el ámbito laboral, quisiera recibir y ofrecer.”
El análisis de este testimonio posibilita establecer diversas áreas de discusión. En primer lugar, es
necesario definir la integración y los objetivos que persigue. Prepararse para la integración descuidando
aspectos que tienen que ver con la integración social de los alumnos dentro del aula y dentro de la
escuela, seguramente no dará los resultados esperados. Se considera la integración como un proceso
lineal en el cual si los niños son integrados en escuelas regulares desde pequeños, esto se proyectará en
un futuro de integración en la vida adulta. El relato anteriormente citado no concuerda con esta
suposición. Las experiencias para y de integración no son coherentes con las demandas de las personas
sordas, de integrarse en un ambiente participativo, de derechos y obligaciones compartidas.
En segundo lugar es interesante señalar el carácter pasivo de los individuos involucrados en el
proceso de enseñanza. Ellos son integrados, ayudados, interpretados, evaluados, “enseñados”. Esto es
exactamente contrario a lo que debería llamarse un proceso de integración. Dentro del sistema
educativo general, los sordos son capaces de integrar, ayudar, interpretar, evaluar y enseñar.
Por último, debemos relativizar el valor de la diferencia al responder, por ejemplo, a la siguiente
pregunta: ¿Quién es más diferente, quién es el que tiene mayores necesidades especiales: un sordo o un
hipoacúsico o un oyente? La respuesta variará según el lugar desde donde se pregunte. Una última
reflexión ejemplifica este enunciado:
“Dentro de la misma comunidad sorda muchas veces sucede que se conforman grupos de sordos
profundos por un lado y de hipoacúsicos por otro lado. Estas dos definiciones conducen a un tipo de
discriminación entre los mismos sordos. En muchas ocasiones me sentí discriminada por mi condición
de hipoacúsica dentro de las asociaciones de sordos. Me sentí marcada en forma prejuiciosa por
sordos que me veían en un nivel superior al de ellos, me sentí diferente por mi poco conocimiento de la
lengua.”
La pertenencia a la comunidad sorda no está marcada por el grado de pérdida auditiva sino por
cuestiones que más tienen que ver con la identificación y con el compartir determinados valores de la
comunidad. El ser sordo, el ser hipoacúsico o el ser oyente no alejan ni acercan, no incluyen ni
excluyen, no existen como entidades independientes, sino que conforman solo una parte de los grandes
grupos de individuos dentro del sistema educativo integrado

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