martes, 7 de junio de 2011

La alfabetización emocional de los alumnos sordos

Introducción
Por lo general, cuando abordamos el tema de la educación de las alumnas y
alumnos sordos{1} nos preocupan cuestiones referidas al tipo de adaptaciones
del currículo que estos alumnos precisan, al enfoque comunicativo y educativo
-sea monolingüe o bilingüe con Lengua de Señas- que puede resultar
adecuado, a las estrategias más eficaces para la enseñanza de la lengua oral y
de la lengua escrita, al empleo de ayudas técnicas y sistemas aumentativos de
comunicación, etc. No es, por tanto, de extrañar que la mayor parte de la
bibliografía existente y de la formación dirigida a maestros y educadores de
niños sordos se centre en estas cuestiones (Valmaseda, 2004).
Los aspectos relativos al desarrollo social, emocional, no han formado parte de
ese conjunto de objetivos educativos que constituyen lo que podríamos
denominar el “núcleo duro” de las decisiones educativas respecto a los
alumnos sordos. Esto no significa que no hayan sido y sean objeto de reflexión
y, en muchas ocasiones, fuente de preocupación para los educadores de estos
niños. Preocupación que se hace más patente cuando los profesores se
encuentran con un alumno o alumna que presenta “problemas de
comportamiento” o “problemas de adaptación social” o incluso ciertos
“problemas de personalidad o de salud mental“. En estos casos, los aspectos
sociales, emocionales y personales del alumnado sordo pasan a ser uno de los
focos de atención prioritarios pero lo hacen desde la perspectiva de la
problemática, de la alteración.
Afortunadamente, en los últimos años, en el campo educativo se está
produciendo un creciente interés por los aspectos emocionales, afectivos y
relacionales. Un ejemplo claro de lo que decimos lo encontramos en la gran
producción de investigaciones, materiales y programas desarrollados para la
mejora del desarrollo emocional, de las habilidades sociales, de la autoestima
etc., en el ámbito escolar (ver Bisquerra, 2008, donde se recoge una relación
de materiales en castellano). Todos ellos surgen del convencimiento de que un
adecuado autoconcepto, un sentimiento de seguridad personal, y la capacidad
de establecer adecuadas relaciones sociales, favorecen los procesos de
aprendizaje en la edad escolar y los procesos de inserción social y laboral en la
vida adulta.
En esta línea, una de las aportaciones que más ha influido en la toma de
conciencia de la importancia de considerar en la educación también la
educación emocional proviene de los trabajos de Gardner (1995), quien
propuso la teoría de las inteligencias múltiples. Según este autor no existe un
único tipo de inteligencia que resulte esencial para el éxito en la vida sino más
bien un abanico de distintas habilidades o competencias que nos permiten
resolver problemas o elaborar productos muy diferentes. Este autor distingue
siete tipos de inteligencia: dos a las que considera inteligencia académica (la
verbal y la lógico-matemática), la inteligencia espacial, la cinestésica, la musical La alfabetización emocional de los alumnos sordos. Marian Valmaseda Balanzategui, 2009.
http://www.cultura-sorda.eu
y, por último dos que incluye bajo el epígrafe de inteligencias personales: la
interpersonal y la intrapersonal. Estas inteligencias son la base de lo que
conocemos como "inteligencia emocional" término ampliamente divulgado a
partir de la publicación del mismo título de Goleman (1996).
Resulta cada vez más claro que cuando los niños se enfrentan al aprendizaje
sin algunas destrezas sociales y emocionales clave, no están en una situación
favorable para aprender y pueden tener dificultades en años de escuela y
presentar problemas conductuales, emocionales y académicos durante toda su
vida (FAN, 2000). El desarrollo de ciertas habilidades sociales como la
capacidad de cooperar, de trabajar en grupo, de negociar en los conflictos etc.,
son de gran importancia en las relaciones sociales para, por ejemplo, mantener
relaciones de amistad o de cara a la futura inserción laboral en la vida adulta.
Además, una buena autoestima, un adecuado autoconocimiento emocional
junto a la capacidad para enfrentarse a situaciones de estrés son promotoras
de bienestar personal y de gran importancia para prevenir posibles problemas
en el ámbito de la salud mental.
Esta atención a los aspectos sociales, personales y emocionales de los
alumnos conecta con una preocupación de buena parte de investigadores y
educadores que trabajan con alumnos sordos, ya que un buen número de
niños y jóvenes sordos pueden tener más dificultades en alcanzar un desarrollo
armónico de su personalidad y mayor probabilidad de desajustes personales,
sociales y emocionales en la vida adulta (Hindley, 2000).
Se hace pues necesario reflexionar acerca de, y planificar la “educación
emocional” de nuestras alumnas y alumnos sordos e incluirla de manera
explícita en las decisiones educativas y curriculares. En este sentido, no nos
parece acertado utilizar el término de “Inteligencia Emocional” ya que, si bien
es un término muy utilizado y ampliamente difundido en nuestro entorno
cultural puede interpretarse como algo que se tiene o no se tiene, que es fijo e
inamovible y sobre todo que es algo “del” sujeto, del alumno. Entendemos que
resulta más adecuado utilizar un término que puede ser interpretado más
evolutivamente y, sobre todo, en un contexto de enseñanza-aprendizaje. De
ahí que el término “educación emocional” se ajuste mejor al objetivo que
queremos transmitir. Es precisamente con esta intención de marcar la
intencionalidad, el papel de la escuela y de los profesores por lo que hemos
utilizado en el título de este artículo “alfabetización emocional” término
ampliamente utilizado en el Reino Unido aunque con menor difusión en nuestro
entorno. Y lo hemos resaltado porque cuando se alude a la alfabetización nadie
piensa en algo con lo que un niño o niña llega a la escuela. Cuando se alude a
alfabetización el peso fundamental se coloca en el papel del entorno educativo,
en las medidas intencionales educativas, en los procedimientos pensados que
un educador pone en marcha para que un niño pueda alfabetizarse, es decir
llegar a decodificar, comprender y así acceder a todo un mundo de significados
compartidos que potencia su incorporación social y cultural.
Alfabetización emocional es un término atribuido a Steiner (Steiner y Perry,
1997) y alude a la habilidad que tenemos las personas para reconocer,
comprender, expresar de forma socialmente adecuada y manejar nuestras
propias emociones así como reconocer, comprender y responder de manera
apropiada a las emociones expresadas por los demás. Utilizando el símil de la
alfabetización lectora, una persona alfabetizada emocionalmente es capaz de
leer o decodificar signos y símbolos: signos fisiológicos, expresiones faciales y
otros elementos no verbales de la comunicación y de las situaciones
interpersonales. Puede también crear hipótesis acerca del significado de la
situación empleando distintos tipos de estrategias. Siguiendo con el símil tanto
la alfabetización lectora como la emocional pueden ser enseñadas, enseñanza
que, en algunos casos deberá ser adaptada o adecuada a las necesidades
específicas que puedan plantear algunos alumnos. Lo importante es que, al
igual que la alfabetización lectora, se trata de un objetivo educativo que debe
ser planificado. Pero además, y siguiendo con el símil, al igual que nadie podrá
enseñar a leer a otro si a su vez no está alfabetizado y conoce estrategias
educativas para hacerlo, de la misma manera no será posible alfabetizar
emocionalmente si uno mismo no lo está (o lo está de manera insuficiente) y si
no conoce estrategias educativas para hacerlo.
En las articulos abordaremos algunas de estas cuestiones. En primer
lugar, expondremos algunas de los riesgos que pueden presentar los alumnos
sordos en su desarrollo socio-emocional, incluyendo investigaciones de la
Teoría de la Mente, aspecto cognitivo muy vinculado a ciertas habilidades
sociales. En segundo lugar, analizaremos algunos de los factores que pueden
estar influyendo en el desarrollo social y personal de los niños y jóvenes
sordos. Y, por último, esbozaremos el papel de la escuela y de los educadores
en la promoción del bienestar socio-emocional de los alumnos sordos.

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