domingo, 9 de octubre de 2011

Aislamiento convertido en belleza”

Caceria de René Princeteau


Aunque para muchos es un simple maestro de Toulouse-Lautrec, René Princeteau, ya en su época era famoso por sus cuadros ecuestres, en los que conseguía transmitir el movimiento de una llegada a meta, el sonido de las trompetas y los ladridos de los perros de caza. A pesar de ser sordomudo de nacimiento, su mundo le llevó a una realidad en la que los sentidos eran el motor de su obra.


Princeteau nació en 1843 en Libourne, al sur de Francia, y su amor por los caballos le llevó a convertirse en un gran jinete y en uno de los pintores equinos más ilustres, uniendo su nombre a pintores como Carle Vernet, Teodoro Géricault o Alfred de Dreux. Los caballos eran un referente de su vida cotidiana. Solía acudir a carreras de caballos y a competiciones de caza. La equitación fue un tema que centró prácticamente toda su obra.




Retrato de su alumno Toulouse-Lautrec por Princeteau


El sentido desarrollado. Al haber nacido sordomudo, el arte se convirtió en su gran vía de escape. Primero fue la escultura y más tarde, la pintura, su mecanismo perfecto para expresarse. Tras recibir formación clásica en la Escuela de Bellas Artes de París, investigó hasta encontrar su propio estilo. Los primeros años no fueron fáciles para el joven artista, pero su personalidad y la gran afición a los hipódromos le dio una cierta relevancia social.


Algunos cuadros le lanzaron a una cierta fama. En 1872, Mac-Mahon, duque de Magenta y presidente de Francia, le encargó un retrato ecuestre. La obra serviría para abrir una bonita serie de obras históricas. Entre los numerosos jinetes que saldrían en la serie pictórica estaría el mismísimo George Washington. Un año más tarde, Princeteau alquiló un estudio en los suburbios de Saint-Honoré para perfeccionar sus cualidades plásticas. Miembros de una rica burguesía orgullosa de sus animales pasaron a ser sus nuevos clientes. El retrato era una fórmula para incrementar la importancia social.


Llegó el éxito. Tras el éxito de los retratos, todo París comenzó a hacerle pedidos. El barón Schickler le encargó un par de cuadros en los que aparecían su semental “Le Sancy” y su potra “Semendria”. Todo el interés por la anatomía y la naturaleza se plasma en un nuevo estilo de pintura.


Junto a esta colección de “famosos”, aparece una buena colección de jinetes anónimos. Las jornadas de cacería, los saltos por encima de los vallados de piedra y los perros exhaustos son escenas costumbristas, auténticos documentos históricos. En sus cuadros trata continuamente el arte cinegético, en el que varía paisajes e incluye distintos animales, carreras o escenas militares. Pero además, según el motivo representado utiliza una u otra técnica pictórica. En sus obras intercala bosquejadas de pastel, carboncillo y plumas que agilizan la acción en sus estudios. Para parte de la crítica, su pintura tiene muchos valores periodísticos.


Maestro del genio. La historia guardaba para el artista una labor mucho más oscura, pero que le daría más fama con el paso del tiempo. Princeteau estuvo siempre ligado a la alta sociedad; además, por amistad con el padre del gran pintor Herni Toulouse-Lautrec, accedió a convertirse en su maestro cuando éste comenzaba a mostrar gran interés por el dibujo.


Entre 1878 y 1882 aproximadamente se dedicó a educar plásticamente a Lautrec y en estos años hicieron muy buenas migas. Dos artistas con sus correspondientes taras físicas… Una pasión compartida por los caballos y los submundos de un París tan rico como decadente.


El joven prodigio no tardó en demostrar sus habilidades para expresar con frescura el movimiento. En 1881 Lautrec le retrataría con un aire desenfadado en su estudio, sosteniendo una paleta y con dos objetos a ambos lados muy propios de la personalidad del artista: uno de sus cuadros ecuestres y un trofeo de caza. En los cuadros de fin de siglo, Francia y su pintura reflejan las figuras que llevarán al país a la I Guerra Mundial. Por un lado, la fuerza de un imperio; por otro, un ejército que veía cómo su vecino alemán aumentaba su poder. La caballería seguía siendo una gran arma en el campo de batalla y los caballos, una importante fuente de inspiración para la guerra y el arte.


En la última etapa de su carrera se retiró hasta su muerte en 1914 a la propiedad familiar de Pontus, cerca de Libourne, donde se dedicó a explorar las distintas manifestaciones de la naturaleza.


Museo de Libourne. El museo de su ciudad natal tiene el privilegio de contar con el conjunto más representativo de obras de René Princeteau. Un total de 26 lienzos, más de 200 dibujos y algunas esculturas recorren la trayectoria del artista.


Una de las telas que se guardan es “Patrouille de uhlans surprise par des franc-tireus”, un claro ejemplo de cómo utilizaba de modelo los motivos bélicos. En este caso, la pintura retrata la guerra franco alemana de 1870.
Texto: Nauta Press.

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