martes, 2 de agosto de 2011

Un centro sevillano enseña a vivir a través del tacto





No hay otro lugar de sus características en España y ha osado abrir sus puertas en medio de una de las peores crisis económicas de la historia del país, un reto añadido al de estimular las capacidades de personas
sordociegas adultas y darles un hogar a su medida.
nés abre una caja con la tapa rugosa y palpando encuentra un delantal que le indica cuál va a ser su siguiente actividad: toca cocina, pero podría ser manualidades, piscina o cualquiera de las múltiples opciones que ofrece el centro de Santa Ángela de la Cruz de Sevilla. En la imagen, Inés García se perfuma mientras su cuidadora, Auxiliadora de la Vega, le sostiene el frasco, en el centro Santa Angela de la Cruz en Salteras, cerca de Sevilla, el 1 de junio de 2011.

Inés, de 23 años, no ve y sólo tiene un resto auditivo, por lo que su único hilo de comunicación con el exterior es tocar las manos de los mediadores y cuidadores del centro, personal altamente cualificado y con una gran vocación de servicio, para desentrañar un lenguaje de signos adaptado a sus necesidades.

No hay otro lugar de sus características en España y ha osado abrir sus puertas en medio de una de las peores crisis económicas de la historia del país, un reto añadido al de estimular las capacidades de personas sordociegas adultas y darles un hogar a su medida.

En un momento en que los mercados recelan del alto endeudamiento de las comunidades autónomas, ante la posibilidad de que impidan al Gobierno español cumplir con su objetivo de déficit pactado con Bruselas, los responsables del centro para sordociegos situado en la provincia de Sevilla estarían aliviados si pudieran ingresar los 6.000 euros mensuales que les faltan para cubrir gastos.

El centro es una gran familia - a veces en sentido literal - que se ocupa de una veintena de sordociegos adultos que hasta hace diez meses no tenían un lugar adecuado a sus necesidades, y o estaban internados en centros o residencias para personas con problemas mentales o permanecían en sus casas con un grado de aislamiento mayor.

"No queremos rebajar el servicio, y las personas que nos vienen son muy dependientes", explica Olga Díaz, directora de la unidad de día, cuyo marido, un torero sin trabajo, conduce una furgoneta de su propiedad para traer y llevar a los no internos a sus casas por toda la provincia de Sevilla.

Cuanto más dependientes son los usuarios del centro, mayor es el ratio de mediadores y cuidadores que precisan, lo que impide cubrir costes. Cada interno o usuario contribuye con su asignación de ayuda a la dependencia y parte de su pensión, que se suma una cantidad aportada por la Junta de Andalucía.

Los más autosuficientes necesitan también mucho apoyo para potenciar su autonomía y poder aspirar a vivir en pisos tutelados. Para otros, el centro será su hogar, una finca de unos 5.000 metros cuadrados, contando con el bosque que rodea las instalaciones y un huerto que los propios sordociegos cuidan.

Parte del problema de la falta de financiación es que tienen pocas plazas de día cubiertas - 10 de las 28 disponibles , mientras que de las 16 de la residencia, 14 ya están en funcionamiento y las otras dos ya han sido asignadas. El coste estimado por plaza es de 3.000 euros para los internos y de 1.300 para aquellos que lo usan de centro de día.
Pese a todo, sus aspiraciones no tienen freno: ya tienen previsto ampliar el número de plazas de la residencia, de 16 a 25, ante las numerosas solicitudes que reciben, y tienen en proyecto la construcción en Ciudad Real de un centro de referencia para todo tipo de discapacitados sensoriales que sea un punto de formación, información e investigación.

Rutinas
Ajenos a las circunstancias económicas que les rodean - en un año llevan acumulada una deuda de 162.000 euros, de los cuales 80.000 proceden de la obra de las instalaciones, situadas en un terreno cedido por el Arzobispado de Sevilla -, los sordociegos prosiguen con sus actividades programadas.

Antes de iniciar cada actividad, los mediadores repiten el proceso de la caja, de donde sacan una pelota si toca gimnasia o tarjetas con un trozo de papel arrugado pegado que revela que van al taller de manualidades. Esto se conoce como "calendario de anticipación" que ayuda a establecer unas rutinas y una comunicación con la veintena de personas sordociegas que viven o visitan a diario las instalaciones.

"Necesitan una rutina muy fija para conseguir conocimientos", explica Carola de la Orden, una de las mediadoras que se ocupan de Inés y del resto de integrantes del grupo tres, los que tienen un mayor grado de sordoceguera.
Cuando llegan a la cocina, Inés golpea la mesa insistentemente en una señal de impaciencia, pero tiene que esperar a
que Carola y el resto de mediadores puedan controlar al resto del grupo -quedan Jeny, Samu y José Antonio; otros ya han empezado sus vacaciones - antes de iniciar la receta del día.

Originalmente habían pensado hacer una quiche pero finalmente la falta de tiempo les hace decantarse por una ensalada.
Ayudados por grandes cuchillos de plástico - suficiente para cortar los alimentos - y con la asistencia de los mediadores, Inés y el resto del grupo proceden a cortar los tomates - del propio huerto del centro - y a incorporar el resto de ingredientes de la ensalada: maíz, atún...
A la hora de comer, el plato que han preparado se suma al menú que elabora Mari Carmen, la cocinera y madre de Jeny. Lo importante es que se complete el proceso y que comprueben que la actividad que han realizado tiene una
utilidad, explica el personal del recinto.
El centro trata de ofrecerles una vida lo más normal posible, fomentando su autonomía y potenciando el resto de sus sentidos.

Las mañanas están destinadas a actividades que potencien sus capacidades - hasta han hecho un teatro a modo de fiesta de fin de curso que se puede ver en la página de la asociación en Internet (www.apascide.org) - y los que están internos
destinan las tardes a más actividades aunque a un ritmo más relajado o a tareas cotidianas como ir a la compra o poner una lavadora.

"Por la tarde es más distendido, es su casa. Te da pie a conocer la otra parte de ellos. Les enseñamos a hacer vida diaria", dice Mari Cruz Arévalo, una de las mediadoras del turno vespertino.
El caso de Inés es excepcional porque ha estudiado en un colegio de la ONCE desde niña y, aunque su grado de dependencia es muy elevado, sus cuidadores afirman que puede llegarse a aburrir repitiendo las rutinas de los "calendarios de anticipación".
"Está en un nivel altito. Si toca una pelota o una pieza de cerámica ella entiende qué vamos a hacer", agrega Mari Cruz.
Más de 30 personas - mediadores, cuidadores nocturnos, una ATS, un monitor de deporte, una logopeda (absorbida por las obligaciones de dirigir el centro de día), un monitor de manualidades, un fisioterapeuta, una cocinera, una limpiadora - se esfuerzan por sacar adelante el centro.

Todos los trabajadores del centro destacan una palabra: empatía, para conectar con los sordociegos, entre 6.000 y 12.000 en toda España según las estimaciones de la asociación de padres de sordociegos Apascide. No importa el nivel de
lengua de signos que tenga el mediador o cuidador, si no es capaz de conectar con la otra persona no sirve de nada.
"Si (los mediadores) no tienen vocación no tiene sentido que estén con ellos. Se les pide más porque tienen otra implicación. (Los sordociegos) te absorben. Finalmente cuando hay una unión, una sonrisa, cuando ya has entendido lo que le pasa es una gran satisfacción", explica Aida Hernández, directora de la residencia.

Fuente: http://noticias.lainformacion.com

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