miércoles, 27 de junio de 2012

ARTICULO Y O VIVENCIA Los labios, en el punto de mira

Las singularidades que acompañan a las personas con discapacidad son, muchas veces, de difícil percepción. La discapacidad es un ámbito amplio, especializado y complejo, pero también muy individualista e identificativo. Al igual que pasa en la vida real, las generalidades son conceptos obsoletos y blasfemos a los que no hay que hacer demasiado caso. En este aspecto, por ejemplo, aunque se tenga una misma discapacidad y en un mismo grado, no se asimilará igual y no será, por tanto, similar de una a otra persona. Esto viene a que muchas de las singularidades y rarezas que se asocian a una persona en concreto pueden venir originadas por su discapacidad. Al fin, voy al grano: aunque una persona con discapacidad auditiva tenga intacta su visión, es muy posible sufrir accidentes urbanos en el transcurso de una conversación por la calle. Sucede muy a menudo. El primer pensamiento que te viene a la cabeza cuando, accidentalmente, no has sido capaz de esquivar una cabina de teléfono o un bolardo a marquesina de autobús es que “qué mal organizada está la calle”. El segundo podría ser que “qué torpe estoy hoy” y el tercero y último, el más conciso y acertado, será que “esto pasa por no ir atento”. Curiosamente, no pasa cuando vas solo. La ley de Murphy dice que los momentos ridículos no te pasan cuando estás solo, si no bien o muy bien acompañado. En el caso de las personas sordas, ambas teorías confluyen y recrear una situación de déficit de atención visual hacia el camino, y superávit de atención visual hacia los labios del acompañante. Caminar por la calle envuelto en una agradable conversación es un deporte de riesgo que bien podría ser argumento de un videojuego. No es fácil, no obstante, evitar y centrar la visión para asegurar la supervivencia íntegra de los viandantes, de nosotros mismos y de todas nuestras piezas (que, cuando se caen, pueden convertirse en un siniestro total acompañado de un proceso técnico y burocrático sin fin que analizaremos en otra ocasión). Y es que, muchas personas sordas no sabrían decir de qué color son los ojos de su interlocutor, mientras que sí son capaces de hacer una ilustración mental bien difuminada y enfocada del grosor, tamaño y tonalidad de los labios, ése primitivo y genial instrumento de comunicación en el que se apoyan todas o casi todas las personas sordas. Los labios son el principal motivo de esa aparente “distracción” de las personas con discapacidad auditiva que conocen el dolor del golpe seco e inmediato de cualquier parte del mobiliario urbano que se aparece en su camino por arte de magia. Y no, no siempre tenemos una discapacidad visual. También son los labios los culpables de que en los sitios ruidosos (véanse cafeterías, bares y pubs de noche) no sean un impedimento para la comunicación entre personas con deficiencia auditiva. Pero claro, ya no son tan peligrosos como las grandes velocidades de las caminatas por la selva del asfalto. Es ley de vida. Son peculiaridades adquiridas con los años de convivencia con la discapacidad que se nutren día a día y se dejan entrever que, eso que parecen despistes o torpezas de la persona, es un gran interés por entender lo que se les está contando, ni más, ni menos.

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