martes, 27 de septiembre de 2011

Los silencios de Mercedes


Mercedes Itatí Nuñez Gómez tiene 24 años y es profesora de Educación Especial para Sordos e Hipoacúsicos, título que obtuvo luego de cuatro años de estudios en el Instituto de Formación Docente Nº 1. Se recibió en el 2009 y desde entonces trabaja, por la mañana en el Instituto “Integrar”, donde es maestra de quinto grado y por la tarde en el Instituto “Hellen Keller”, como suplente de tercer grado. Hace tres semanas que vive sola y la situación le resulta un tanto extraña, lejos de sus padres y hermanos que quedaron en San Luis del Palmar, cerca de mayores responsabilidades para desempeñarse en una sociedad “diseñada” para la comunidad oyente.
Mercedes habla castellano, pero también la lengua de señas, que aprendió siendo muy chiquita, porque es sorda. Su madre lo atribuye a un accidente familiar, a una enfermedad con síntomas encubiertos, a una medicación que provocó la lesión en ambos oídos. El caso es que a los cuatro años la conducta de su hija comenzó a cambiar y detalles tan pequeños como llamarla a corta distancia y que no responda, se presentaron junto con una realidad que entre todos debieron enfrentar: la sordera irreversible.
Los viajes a Buenos Aires para consultar con los especialistas, la operación en los oídos, dolorosa y desesperanzada, las audiometrías con profesionales de esta ciudad, fueron necesarios y determinantes. Sus padres actuaron con rapidez y siguiendo el consejo de los médicos llegaron hasta el “Hellen Keller” en el barrio Ferré. Las palabras que Mercedes había aprendido, se iban perdiendo dentro de su vocecita niña y aquellos sonidos naturales como el canto de un pájaro o el rugir de un trueno, se apagaban para siempre.
De pronto el silencio lo llenó todo y tuvo que aprender a mirar de frente para captar el mensaje que de ahora en más los labios de la gente habrían de proveerle para comunicarse.
Fue muy importante que este proceso de educación haya comenzado sin vacilaciones y más importante aún la firmeza de Mercedes en su afán por superarse. El “Hellen Keller” la recibió con los brazos abiertos.
“Luego hice mis estudios en escuelas comunes, en esta ciudad y en San Luis del Palmar, donde me recibí de bachiller en el 2000, con las clases de apoyo en este Instituto tres veces por semana. Al año siguiente comencé el profesorado, fue un gran esfuerzo y sacrificio porque tuve que viajar diariamente desde mi pueblo hasta la capital, aunque lloviera torrencialmente; a casa llegaba a las 12 de la noche, cansada pero bien, siempre contaba un día menos para recibirme”, recuerda.
La charla tiene lugar una siesta de septiembre y en el salón, cedido por los alumnos para que la maestra cuente su historia, escuchan el relato su madre María de Jesús, Claudia, la directora, y María, la vicedirectora del “Hellen Keller”. Mercedes contesta las preguntas con una voz dulce y profunda, con la mirada busca la contención de su entorno y señala el pizarrón, donde el polvo de la tiza blanca dibujó hace instantes las palabras de una oración.
“Tuvieron mucha paciencia para que pueda integrarme, mi familia fue fundamental. Por vocación me gusta enseñar, quiero demostrar a los chicos cómo ser alguien en la vida, sin sentirse discapacitados”. Con esa actitud se puso al frente de una clase, “les costaba creer que era sorda, porque usaba la lengua de señas y la voz. Es que yo tengo dos mundos, mi mundo docente y el mundo de los sordos, en ambos trato de dar lo mejor. Me gusta hablar con oyentes y con sordos, a través de la lengua de señas, que es mi lengua natural”, dice sonriendo.
Como Mercedes, todos debiéramos entenderlo. La adquisición del lenguaje no se dio auditivamente, no por problema en los órganos de fonación, que están intactos, sino porque no imitó, como hacen los chicos, la palabra oral. Y las pocas expresiones de sus primeros años se guardaron en una cajita cuya llave está en su corazón.
Mercedes no puede imaginar cómo son las voces de la gente que ama, o la música de esos cantantes que sus amigos aplauden. Quiere compartir lo que no sabe decir y se pone las dos manos en el pecho. “Aquí están todas las vibraciones. Cuando alguien grita, siento un movimiento diferente, me doy vuelta y lo compruebo. Si tengo un papel en mis manos, el roce de mis dedos me advierte de la música, de una puerta que se cierra, son señales que para otros no cuentan”, continúa.
-Si pudieras volver el tiempo atrás, si el destino conspirara para cambiar este ofrecido silencio por los sonidos recuperados y con él, quizás, otro camino, ¿qué elegirías?-, pregunto.
Mercedes sigue con las dos manos cerradas sobre el pecho. Sus ojos se llenan de lágrimas.
“Por algo soy sorda”, contesta con la voz quebrada. “Para cumplir una misión o algo así. Yo quiero transmitir a los chicos, de la misma manera que me enseñaron, decirles que no hay límites, que se puede alcanzar un objetivo contando con la ayuda necesaria y por sobre todo con voluntad y perseverancia.
Los sordos somos también seres humanos, tenemos sentimientos, podemos expresarnos, sólo deben permitirnos compartir y no discriminar, ni tratarnos como seres inferiores”.
Los médicos que atendieron a Mercedes cuando era una niña, dijeron a su madre: “Llévela pronto al Hellen Keller, antes que pierda esa hermosa sonrisa”. La joven sonríe ahora y con su testimonio reclama la atención de ese silencio suyo que la viene a buscar.
Moni Munilla

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